sábado, 15 de septiembre de 2012

Capítulo 3


4 de Agosto.

Vuelvo a vestirme con la peluca y las gafas de sol oscuras, no quería que me descubriera.
Mi hermana me ha dicho que esto que siento se llama “amor”. Que nombre más feo. No me gusta. Algún día lo cambiaré por otro más adecuado que guste a todo el mundo.
Me miro al espejo. Voy casual pero no demasiado. Salgo a trompicones por la puerta. Miro la hora, llego un poco tarde. Pulso el botón del ascensor, miro la planta. Está en el bajo. Yo vivo en el quinto. Decido bajar corriendo por las escaleras.
Corro sin saber porqué. Sigo pensándolo. Noche tras noche apareces en mis sueños, mirándome tan intensamente que siento que me pierdo. Como aquella primera vez.
No consigo olvidar aquella mirada, en cierto modo siento que me obsesiona, que me atrae inexplicablemente hacia ti.
Deseo saber que te ata, que te impide sonreír de aquella manera. Porque creo que así hallaré el porqué de mis preguntas.
Y, cuando consiga hacerte sonreír, te haré una foto. Una que mirare cada vez antes de irme a dormir cada noche. Que me haga sentir afortunada por haberte encontrado.
Porque en mi corazón nunca existirá el amor, podré sentir apego, quizás cariño. Pero nunca podría sentir nada más. Sacudo mi cabeza. No debía pensar esas cosas, aunque fuesen verdad. Debía de estar animada siempre, no quería que nadie se preocupase por mí.
-¡Llegas tarde!- me dice con esa gélida sonrisa tan suya.
-¡Lo siento, me han entretenido!- me disculpo. Hoy lo lograría como que me llamo Laura. Lo lograría y no volvería a ver nunca más a aquel muchacho. Al que podría ser llamado mi “amor platónico”. Y que debía quedarse con ese nombre, y no otro.
-Venga, te perdono, vamos a una cafetería. – me toma de la mano, noto un pequeño calambre que me recorre entera, haciendo que me atemorice. ¿Qué era esta sensación?
Entramos en una pequeña cafetería del centro, de aspecto recatado y pulcro, con grandes ventanas que bañan de luz la estancia. Nos sentamos en una mesa que la camarera está limpiando.
-Buenas tardes, ¿Qué desean? – nos pregunta la camarera. Carlos le dirige una de sus sonrisas.
- A mí, un café cortado. ¿Tú qué quieres, Laura? – me pregunta mirándome. Ojeo la carta. Al final pido un café bombón.
La camarera se aleja con nuestro pedido a la barra.
-Bueno, cuéntame cosas de ti. – me pide el joven.
-Veníamos a hablar sobre lo que te pasa a ti, no a mí. – le comento un poco sarcástica, mientras tomo una servilleta de papel y me dedico a doblarla lo máximo posible.
- Es que necesito conocerte antes de hablarte de mis problemas. – me desarma con la sonrisa. Deberían de estar prohibidas, o al menos las que son como esas. – Dime, ¿Qué edad tienes?
-Tengo diecinueve años. Trabajo a tiempo parcial en la panadería de mis padres. Hago un máster de fotografía como te dije. Y estoy estudiando  primero de periodismo. – no quiero que haga más preguntas típicas para conocer a alguien así que se lo suelto todo. – Tengo dos hermanos, una hermana y un hermano mayores que yo.
- Quítate las gafas. – me vuelve a pedir.
-No me gustan mis ojos. – le confieso, era algo que me gustaría cambiar, no sé, quizás a un tono castaño o miel.
-Venga, ¡gafas fuera! – coge mis gafas y me las quita. Me quedo estupefacta. Quizás me reconocería. No creo. Era imposible, sólo me había visto una vez. Me trato de convencer de ello, pero, aunque mi cabeza diga que no me reconocerá mi corazón me dice que si lo hará.
Y, como siempre en estos casos, sin que lo sepamos, el corazón suele tener la razón.

Capítulo 2


3 de Agosto

Vuelvo al escenario del crimen del robo de mi corazón.
Esta vez debía salir bien, ¡Qué digo bien!, Perfecto.
Llevo unas gafas de sol muy oscuras y una peluca rubia corta. Me haría pasar por una fotógrafa. Y le diría que quiero una foto.
Esta vez miraría las fotos antes de irme. Para algo era una cámara digital ¿no?
Me apoyo en la barandilla de la boca del metro. ¡Ay, qué nervios!
Las preguntas se suceden en mi cabeza, ¿Y si no viene? ¿Y si no me deja hacerle una foto?
Me tiemblan las manos. Mi ceño se frunce sin que me de cuenta. Taconeo con el pie, impaciente.
Le veo aparecer entre la muchedumbre. Todos me daban igual. ¿Por qué necesitaba tanto el verle?
-¡Disculpa!- digo entusiasta a mi extraño conocido. –Estoy haciendo un máster de fotografía, y me pareces perfecto para una foto ¿Podría hacértela?
-Sí, claro.- me dice sonriente. Siento que algo va mal. No sé el que. – Toma las que quieras.
-Gracias.-murmuro. Me alejo, sería mi imaginación. Coloco el zoom, enfoco, cuadro. Click. Click. Click.
Tomo tres fotos. Aparto la cámara de mi cara y miro la pantallita. Una tras otra las fotos me desvelan la verdad.
-¿Por qué no sonríes de corazón?- pregunto sin poder evitarlo. Mi mente busca un lugar donde meterse, mis mejillas se tornan carmesí, me disculpo exageradamente.-¡Lo siento, no debería haberme metido!
-¿Cómo lo has sabido?- pregunta atónito.
-¿Eh? Por tu mirada, está triste.-le explico, mientras pienso que la conversación está desvariando. Una persona normal me habría echado la bronca.
-¿Mi mirada?- pregunta el joven de ojos azules.
-Sí, es como un libro abierto.- le expongo con una sonrisa.- Venga anímate.
-¡Da una vuelta conmigo, por favor!- vale, esto ya si que carecía por completo de sentido.
-Vale.- respondo inconsciente. ¡¿Por qué había dicho eso?!
Ya no tiene solución.
-Gracias.- responde con una sonrisa. Con esa sonrisa. La sonrisa de la primera vez que le vi. Mi corazón de goma palpita rápidamente.- Entonces quedamos mañana a esta misma hora, señorita Desconocida.
-Me llamo Laura.
-Yo soy Carlos. Encantado, Laura.- Me gusta oír mi nombre saliendo de sus labios.
-Hasta mañana, Carlos.- respondo con una sonrisa.
En mi cabeza sólo se repiten preguntas.
Todas llevan un porqué.
¿Por qué me palpita así el corazón?
 ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué no me daba igual como los demás?
Odiaba la gente.
La odio.
Cada uno con sus pensamientos.
Lo odio.
Cada uno a lo suyo sin preocuparse por los demás.
Lo odio.
Pensando que lo nuestro es más importante que lo de otra persona.
Lo odio.
Busco alguna manera de salir de este mundo material e individual. Estoy cansada.
Cansada de arreglar el corazón a alguien para que cuando este rota no me ayuden, será egoísmo o egocentrismo. Llámenlo como quieran, sólo sé lo que siento.
Volví mi corazón de goma, para así protegerlo contra golpes y caídas. Me dan igual los demás.
Pero, ¿por qué él no?

Capítulo 1


2 de Julio.

Te observo. Desde hace mucho. Llevo detrás de ti todo el verano.
Un día tras otro voy a buscarte a esa boca del metro de donde saliste la primera vez. La primera vez que hizo que este corazón se sintiese más vivo que nunca. Note una mirada directa al corazón, a través de tus ojos a los míos.
No quise volver a sentirlo, sentir como se me partía el alma al verte marchar. Por lo que al día siguiente, con una cámara Nikon como arma, me escondí detrás de un arbusto para verte llegar, y verte todos los días, aquello llenaba mi alma.
Pasos en tropel, debe de haber llegado el tren. Entre esa maraña de gente te distingo, tu pelo castaño como otros muchos, pero esos ojos los reconocería en cualquier parte.  Me coloco tras el objetivo, enfoco y disparo.
Sonrío, cierro mis ojos color  verde, Hecho. Lo tenía. Lo tenía en aquella instantánea. Corro hacia mi piso, subo las escaleras de dos en dos.
-¡Laura!- oigo la llamada de mi madre al entrar en casa corriendo.- ¡No corras, que te vas a caer!
-¡Tranquila mamá!- al parar en la habitación del ordenador me resbalo y caigo, me levanto rápidamente y enciendo el ordenador.
Busco el cable de la cámara. En el cajón. En la estantería. En aquellos cajones.
No está. No está. No está. No está. No está.
¿Dónde demonios había metido el cable? Rebusco entre los papeles de la mesa, no aparecía. Miro la torreta del ordenador, allí el cable permanecía como inconsciente, sin moverse.
-Aquí estás.- Susurro para mí misma.
Logro meterlo en la cámara entre taquicardias y temblores nerviosos.
Las fotos tardan en cargarse. Con unos segundos de espera me canso. Señalo todas y pulso imprimir. Una a una salen. Sólo había dos.
Un barullo de gente. Esa es la que debí de fallar.
Su rostro. La tomo con cuidado para que no se emborrone la tinta. Le veo, tan guapo como recordaba. Pero algo falla.
Su mirada era diferente a como era ayer. Como una ecuación imposible,¿ porque su mirada era diferente?
Habría tenido un mal día. Eso sería.
Mañana volvería a intentarlo.

Suena el despertador.  Su brazo lo apaga.
Otro día más.
Mira a su alrededor con sus ojos azules oscuro. Hace sol. Se filtra por los agujeros de las persianas. Se levanta medio grogui, camina hacia la cocina. Mira la nevera, pero no le apetece nada. Se viste y sale a la calle. Lo malo de las vacaciones de verano era que había demasiado tiempo.
Baja las escaleras pausadamente. Saluda a dos vecinos con los que se cruza, con una sonrisa falsa como siempre hacia.
Odiaba que la gente nunca pudiera ver a través de él, por lo que  eso hacía que aumentara sus murallas.
No tenía amigos de verdad. No le contaba nada a nadie. Nunca explotaba. Siempre se escondía en aquella sonrisa. No quería a nadie porque nadie parecía quererle a él.
Nunca había amado. Y sabía que nunca amaría.
Cuando se quiere dar cuenta esta delante de la estación, decide tomar un tren con un destino al azar, a Dios sabe dónde.
En una estación cualquiera decide salir, sólo porque nadie de su vagón había bajado ahí.
Al salir solitario de aquel subterráneo la ve.
Una muchacha de más o menos su edad. Quizás más joven.
Su pelo color azabache se meza con la brisa, sujeta un café frío en sus manos. Sus ojos verdes se mueven del café a los suyos.
El muchacho se queda petrificado, algo en su corazón de plástico se había movido. Como una manecilla de un reloj. Quiere hablarle. Decirle algo. Saber su nombre.
-¡Laura!- grita una voz femenina a su lado. Una chiquilla agita su mano mientras se acerca con prisas hacia ella.
Al final, parece que no le miraba a él. Pero sigue mirándola.
Desilusionado piensa en irse. Antes de apartar su mirada, la ve. Una pequeña mirada furtiva de la joven, directamente a sus ojos, al cruzarse con los suyos propios, ella se gira sonrojada y avergonzada.
Aquello hace que su corazón de un vuelco. Mañana volvería. Y pasado. Y al siguiente. Y al otro.
Volvería todos los días a buscar aquellos ojos verdes que perdió en aquella estación el primer día del verano.
Y con ellos su corazón.